CÉSAR AIRA
Hay una versión simplificada de lo aireano. A veces se la esgrime para cuestionar a Aira y a veces para emularlo hasta el epigonismo incondicional. Pero para el caso da lo mismo lo uno o lo otro: un estereotipo arrincona por igual su literatura y acaba por reducirla a fórmula.
Basta sin embargo con leer alguna novela de Aira para poder ponerlo a salvo de lo aireano. Persiste en su obra, tan inasible como cierta, la potencia poco común de la irrupción de algo nuevo. Y aunque tal vez se hayan encontrado soluciones de lectura para la perplejidad inicial (qué hacer con César Aira, cómo hacer con César Aira), un efecto de desconcierto no parece mitigarse ante la forma inusual de sus textos ni ante la suma incontable de esos textos como obra.
La villa es una prueba posible. Fechada en 1998 y editada por primera vez en julio de 2001, elige la mustia geografía del Bajo de Flores y allí detecta la fantasmal circulación de los cartoneros de la noche. Escribe Aira: La profesión de cartonero o ciruja se había venido instalando en la sociedad durante los últimos diez o quince años. A estas alturas, ya no llamaba la atención. Se habían hecho invisibles, porque se movían con discreción, casi furtivos, de noche (y sólo durante un rato), y sobre todo porque se abrigaban en un pliegue de la vida que en general la gente prefiere no ver.
Otra literatura hubiera hecho con esto realismo o neorrealismo social. Aira hace cosas bien distintas: ensaya delirios, trama desvíos, prueba desmesuras, produce irrealidades. Pero no ha dejado de tocar por eso lo más real de lo real.
Martín Kohan